No sé si alguna vez vosotros habéis vivido algo similar a esto. Con esto me refiero a dar un beso en secreto, a escondidas, sin que nadie lo sepa. Nadie sabe que estás haciendo pero seguro que jamás se imaginarían que le estás besando.
Es un beso que nadie más oye, sólo tú y él (o ella). Un beso que los dos recordaréis. Esa atmósfera de secretismo, de disimulo, sentir que no puedes más de la emoción, creer que no existe nada más en ese instante, la atmósfera de un beso prohibido.
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Llegaba puntual, como siempre.
Clarise esperaba cada día en las escaleras del patio trasero del enorme castillo en el que ella y su familia habitaban. Allí esperaba pacientemente hasta que el sol se acercaba al horizonte, pero no se ocultaba tras él, solo lo rozaba. En ese momento un joven cruzaba el jardín con cautela y llegaba hasta las escaleras. Aquel día se miraron con una mirada diferente a la de los días anteriores. Tenía un toque de misterio, de complicidad.
Él, acercándose, extendió su mano sugiriendo que ella la cogiera. Clarise llena de emociones de todo tipo alargó su brazo hasta tocarle suavemente la palma de la mano a aquel joven.
De pronto unos pasos sonaron en las escaleras. Clarise no sabía que hacer, pero tampoco le dio tiempo a pensar en nada por que tan pronto como los oyó él hizo un ágil movimiento y se abalanzó sobre ella con delicadeza. Cortó su respiración, selló sus labios con los suyos. Sus cuerpos se rozaron haciendo que a Clarise le recorriera un escalofrío de pies a cabeza.
Ella podía oír los latidos de ambos corazones, las agitadas respiraciones que los dos tenían. Notaba en sus manos la suave capa que le cubría, una suavidad solo comparable con la de sus labios.
Aquel beso apenas duró segundos pero en él había tanta fuerza que en ellos dejó una huella tan inmensa como la que puede llegar a dejar la más intensa de las guerras.
Los pasos avanzaron
Se miraron intensamente, con una breve mirada que prometía volver a verse. Él salió por el jardín trasero, tal y como había entrado. Clarise observaba como a lo lejos la figura de su joven se desdibujaba entre la densa vegetación del bosque.
Acto seguido el padre de Clarise apareció junto a ella y extrañado preguntó:
-¿Qué haces aquí tu sola mirando a la nada, hija?
Clarise calmada por fuera e hirviendo de la emoción por dentro respondió mientras sonreía:
- Solo miraba como el sol y el horizonte se acariciaban.