domingo, 12 de febrero de 2012

El incidente precipitado.



Desde aquel tercer incidente con la policía, Carlota no había dejado de permanecer observada constantemente por la gran mayoría de los vecinos de las manzanas circundantes a su edificio. Quizás suene exagerado que varios cientos de personas mantuvieran estricta desconfianza e inquebrantable vigilancia ante una persona que no constituía una conocida figura pública sino para una, por aquél entonces, reducida población de las Ramblas, pero los hechos tal cual fueron.
Esta era mujer, de una juventud relativa empobrecida por el consumo constante de vegetales alucinógenos que desde su infancia había cultivado con ayuda de su padre, había heredado este florido jardín en la terraza en el que varios tipos de hortalizas competían por bañarse en los cálidos rayos de sol día tras día, dibujando filigranas imposibles entre las barandillas, inundando la balaustrada en coloridas sombras que daban cobijo a multitud de aves.
El tercer problema que tanto impactó a la población ocurrió en una calurosa semana de septiembre.
Carlota decidió, aburrida, encerrarse en el baño a comer pipas. Los girasoles eran una de las principales plantas herbáceas que crecían en la terraza y la hermana de Carlota adoraba separar las pipas del tallo seco cuando la ocasión era propicia. Por todo esto, Carlota se encerró durante tres días, tres calurosos días, en los que se dedicó a almacenar la mayor cantidad posible de cáscaras de pipas y a su división y administración en dos grandes macetas de recio barro.
Cuando su hambre quedó satisfecha y sus labios estuvieron demasiado secos como para despegarlos, Carlota agarró una de aquellas pesadas macetas y con gran esfuerzo la transportó hasta la terraza. Allí esperó durante unos minutos más hasta que el vendedor de periódicos pasó por debajo, y entonces Carlota aflojó la presión de sus manos y toda la pesada maceta llena de compactas cáscaras de pipas acabó impactando en seco golpe, tras un viaje de seis pisos, en la alopécica cabeza de aquel hombre.
El escándalo se propagó por la ciudad con una rapidez impresionante, y la noticia de la loca de las pipas, que ya anteriormente había arrojado un gato castrado y uno de esas pequeñas y macizas figuras de santos por la ventana, comenzó a crear un amplio alboroto en aquel barrio.
Por ello Carlota se levantaba extrañada cada mañana y, todavía desnuda, miraba por la ventana con gesto distante mientras todas aquellas personas gritaban y gesticulaban en su dirección.
Mientras lo hacía, seguía comiendo pipas, pipas cuyas cáscaras iba almacenando, junto con otros desechos menos ortodoxos, en un gran baúl, dispuesto justo al borde de la terraza.

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